Eres un cuervo. Esa es la única verdad que conozco; eres
un cuervo. Eres un cuervo, y sin mirarte siquiera, sé cuál es la negrura que te
pertenece. Eres un cuervo, y en la noche, cuando vuelas y las estrellas te apuñalan,
veo tu silueta, sin verla, brillando en ónice en cielo nocturno. Eres un
cuervo, y en las madrugadas, de vuelta a tu nido de barro y hojas secas, te
retuerces y deformas; pierdes plumas y pico y garras, conviertes tu espalda en
un interrogante y poco a poco, te vuelves un monstruo al humanizarte; el mayor
monstruo.
Pero en tu interior, te sientes cuervo: la falsa
máscara de carnaza solo los engaña a ellos, y a ti. Yo veo tu interior, veo la
esencia que cada noche te obliga a volar, a surcar ese cielo cada vez más sucio
y falto de estrellas. Yo sé la verdad sobre ti, sobre la melodía que querrías gritar
y solo puedes graznar, sobre el nombre que no se pronuncia, porque no existe, y
no puede existir. No hay nada más que saber, y lo sé; eres un cuervo.